martes, 20 de noviembre de 2012

Institutos gallegos crean una red contra la violencia escolar

La violencia escolar, con el acoso como punta del iceberg, es un problema que preocupa a los profesores gallegos, y muchos de ellos llevan años trabajando para hacer de sus institutos un lugar donde vivir y convivir. Estos maestros han puesto en marcha una red gallega contra la violencia escolar; lo hacen sin ningún impulso institucional, y con un enorme esfuerzo personal. Hasta ahora habían conseguido reunirse cada curso para intercambiar experiencias y formarse, pero este año la falta de subvenciones hace peligrar el encuentro. En estas citas se desarrollan talleres para profesores y para alumnos; hay distintos niveles formativos, ya que los conflictos también presentan más o menos dificultad. En otras ediciones, los maestros gallegos convocaron a algunos de los más prestigiosos formadores españoles, como José Antonio Binaburo, coordinador del programa andaluz Escuela Espacio de Paz, o Carmen Boqué, formadora de mediadores en Cataluña. En esta red que intenta desarrollarse participan institutos de toda Galicia: de Fisterra a Viana do Bolo, o de Lugo a Pontevedra, pasando por Ortigueira, Cambre, Carballo, Negreira, A Coruña, Cee, O Carballiño y Ponte do Porto. Gracias a estos encuentros han podido establecer una serie de programas conjuntos que son la base fundamental de su éxito, porque abordan el problema de la convivencia desde diferentes puntos de vista. Hay dos líneas de trabajo: por una parte, detectar los conflictos en su base, antes de que un malentendido o una riña se convierta en algo más, o cuando el acoso empieza a tomar forma; y por otra, ayudar a los alumnos a crecer en el respeto, enseñarles a convivir y a utilizar su tiempo de una forma constructiva. Educación para la vida. De la primera parte destacan los programas con mediadores, que son alumnos también: los hay de un primer nivel, que vigilan cualquier conflicto en el aula y ayudan a los estudiantes nuevos a integrarse; y están los mediadores propiamente dichos, que intervienen directamente en los conflictos según su experiencia y formación. Su trabajo es detectar el problema, hablar por separado con los afectados y establecer unos mínimos de convivencia para, poco a poco, hacer que los estudiantes se relacionen en el respeto, incluso aunque ya no se consideren amigos. Hay que tener en cuenta que en caso de una discusión, los protagonistas rara vez acuden al mediador, y son estos los que tienen que convencerles de las ventajas de participar. En cuanto a los otros programas, son muy prometedores. La experiencia indica que funcionan muy bien los de «aprendizaje y servicio», como que alumnos de 4º de la ESO enseñen informática a personas mayores de su ciudad; o los «recreos dinámicos», en los que se establecen actividades -desde talleres de manualidades a bádminton- para que los alumnos ocupen su ocio de forma constructiva. Los profesores implicados entienden que solo con la combinación de estas dos líneas de trabajo se asegura una convivencia duradera en sus clases. La convivencia mejora gracias a una serie programas: alumnado ayudante, que observa cualquier conflicto; aulas de reflexión, que no de castigo; aprendizaje y servicio, es decir, que los alumnos enseñen a personas ajenas al centro; comunidades de aprendizaje, en las que participan los padres; talleres de educación emocional; o recreos dinámicos, con actividades para los alumnos.

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